Descripción
Nos decían que nuestras células no son inmortales, salvo las células madre y las progenitoras, ambas con un papel importante en el mantenimiento de la homeostasis de los tejidos y su alta capacidad para la reposición de las células senescentes $apoptóticas$, así como en la reparación de los daños que se producen durante toda la vida.
Parece ser que estamos condenados a envejecer, pero condenados es un término demasiado imbuido por maldiciones bíblicas, así que no lo aceptamos. Por lo que sabemos, existen múltiples estímulos que pueden inducir a la senescencia, el acortamiento de los telómeros, el daño en el ADN, y la inducción de señales oncogénicas o tumorales. Aunque el telómero acortado no es el máximo responsable en la inducción de la senescencia aguda, la carga acumulada de estrés oxidativo y el telómero desgastado, podrían aumentar la probabilidad de que una célula entre en senescencia.
Teoría plausible que contemplaremos ampliamente a lo largo de este libro, pero que obvia un detalle primordial: somos cuerpo, mente y espíritu, sin que esta última característica tenga menos importancia que las anteriores, y eso que solamente podemos especular con ella. Pero ahí está esta trilogía que nos lleva a una vejez prematura y con frecuencia, deteriorada.
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