BOYLE: La Ley de Boyle. Bajo Presión – Eugenio Manuel Fernández

Descripción

La denominada Revolución cientijica suele situarse entre los siglos XVI y XVII. Se trata de un período en el que se establecieron las bases de la ciencia moderna, especialmente en física, astronomía, química, biología y medicina. Las dos obras que se citan habitualmente como más representativas de este fenómeno son Sobre el movimiento de las esferas celestes, de Nicolás Copérnico, y Sobre la estructura del cuerpo humano, de Andreas Vesalius. En varias disciplinas se establecieron nuevos objetivos, nuevos enfoques y nuevos métodos de trabajo en la investigación científica, pero, sobre todo, surgió la voz de la naturaleza para imponerse a los argumentos del pasado, basados muchas veces en los clásicos griegos. La Revolución científica se caracterizó, ante todo, por basarse en el experimento para conocer la naturaleza, ofreciéndole al ser humano nuevos fenómenos que nunca había presenciado. Un denominador común en esta época es la palabra nuevo, como se puede ver en algunos de los títulos publicados: Nueva astronomía (Kepler, 1609), Discurso y demostraciones matemáticas en torno a dos nuevas ciencias (Galileo, 1638) o Nuevos experimentos físico-mecánicos sobre el resorte del aire (1660) de Robert Boyle.

El honorable Robert Boyle fue sin duda el personaje más popular de la ciencia inglesa de aquella época, eclipsado únicamente y en sus últimos años por un joven llamado Isaac Newton, para quien sería una influencia importante. Dado que era hijo de la nobleza – el conde de Cork-, Boyle tenía derecho a utilizar el tratamiento de «Honorable», y de hecho así es como firmó sus libros, cartas y artículos. El desarrollo de su vida científica estuvo íntimamente relacionado con este aspecto aristocrático, pues gracias a ello tuvo la posibilidad de codearse con los más extraordinarios pensadores de su época. Sin embargo, la lectura de sus libros y resto de escritos puede ocasionarnos cierto bochorno si lo hacemos como lectores del siglo XXI, si solo atendemos a que dedicó buena parte de su tiempo a la religión, a la alquimia y a fenómenos paranormales. Es de vital importancia que el lector haga un esfuerzo de empatía, que se ponga en la piel del propio Robert Boyle y su realidad temporal, y que bucee entre sus escritos para hacer resurgir lo valioso de sus estudios científicos.

Durante toda su vida Boyle sufrió una lucha interior entre sus creencias y su confianza en la filosofía material, aunque finalmente supo (o eso creyó) hacerlas confluir. Su fuerte carácter moralista le condujo a visiones proféticas, en las que la ciencia mejoraría la vida del ser humano. Invirtió muchos esfuerzos en poner de manifiesto que la medicina mejoraría notablemente con los avances y descubrimientos que estaba realizando la ciencia, y que esa medicina no podía reservarse únicamente a los ricos. Entre sus obras se pueden encontrar varios libros dedicados a esta disciplina, y en su epistolario la confección o mejora de recetas médicas era uno de sus ternas preferidos con muchos de sus corresponsales. Intentó relacionar su visión corpuscularista de la materia con la fisiología y con la medicina en general, pues no aceptaba las ideas clásicas de Galeno. Sin embargo, como hombre al que le gustaban las buenas maneras y que cuidaba con celo sus relaciones sociales, Boyle no se atrevió nunca a inmiscuirse en agrias polémicas que le podrían haber acarreado problemas sociales. Tras muchos años de abandono de sus estudios en medicina, ya casi al final de su vida publicó Historia natural de la sangre humana, obra en la que realizaba un estudio científico de las propiedades de la sangre a partir de multitud de experimentos. En ella se aprecia la gran habilidad de Boyle en el uso del instrumental y las técnicas de laboratorio. Se interesó principalmente por conocer las propiedades y características de la materia prima, más allá de la experimentación directa con seres humanos, aunque es cierto que fue testigo de algunas transfusiones y de que en la época en que vivía las sangrías habían llegado a su máximo apogeo.

Incluso él mismo realizó transfusiones entre perros, pero su profundo respeto por los animales le generaba sentimientos encontrados. Apostó por delimitar la composición de la sangre antes de la prescripción indiscriminada de terapias poco comprobadas. Extrapolando su postura, podríamos decir que hoy sería un detractor de todas esas terapias alternativas tan de moda en el siglo XXI que no han probado su valía en base al estudio de sus principios activos. Boyle fue un entusiasta de los nuevos instrumentos, pues pertenecía a esas nuevas generaciones de científicos crecidos durante la Revolución científica. En su juventud conoció los trabajos de Galileo y quedó fascinado con los telescopios, microscopios o con cualquier otro aparato con el que se pudiese ampliar la forma de percibir el mundo. A pesar de que los escolásticos habían considerado este tipo de instrumentos como introductores de sensaciones falsas, Boyle vivió su infancia en la decadencia de tal idea. Tuvo noticias de la bomba de aire creada por un alemán, lo cual le produjo tal excitación que introdujo mejoras significativas en el instrumento con la ayuda imprescindible de su ayudante más famoso, Robert Hooke. Los experimentos que realizó con su bomba de aire quedaron inmortalizados en un libro que le llevaría hacia la primera fila del panorama científico.

Para Boyle el valor del experimento era crucial, estaba por encima de cualquier especulación teórica y su función en las demostraciones de los fenómenos naturales era necesaria, descartando las matemáticas para este fin. En este sentido, fue un baconiano convencido, pues llevó a la máxima potencia el proyecto de la metodología experimental e historias naturales de Bacon. Durante toda su vida continuó usando y mejorando la bomba, y se hizo muy popular haciendo demostraciones con ella en su propia casa o en la Royal Society, incluso la propia Sociedad llegó a tomar la bomba de Boyle como emblema en alguna ocasión. Tanto Boyle como Hooke fueron los científicos que más artículos publicaron en Philosophical Transactions, la primera revista científica documentada, nacida en el seno de la Royal Society. De carácter heroico, las biografías realizadas en tiempos pasados sobre Boyle nos mostraban a un científico en términos actuales, pero la realidad es que Robert vivió en una época en la que la investigación científica todavía estaba salpicada de ciertas ideas pseudocientíficas difícilmente evitables. En ocasiones, ha sido considerado como fundador de la química, como el científico colosal que dio un carpetazo definitivo a la alquimia. Es completamente cierto que Boyle se esforzó por acabar con los cuatro elementos aristotélicos y con la Tria Prima paracelsiana, pero no llegó a dar una definición acertada de «elemento», lo que sí hizo Antoine Lavoisier, en contra de lo que a veces se ha recogido en distintos textos.

Si bien no fue un alquimista al uso, tampoco puede considerarse un químico como se entiende en la actualidad. En este sentido, el principal logro de Boyle fue unificar la filosofía mecanicista y el atomismo para observar la intimidad de la naturaleza desde un corpuscularismo en el que las partículas interaccionan entre ellas. Se trata de otra de sus visiones proféticas, ya que estas ideas son la base de la actual teoría cinética, cuyos pilares son el mecanicismo newtoniano y el atomismo en general. El análisis completo de la obra de Boyle es literalmente inabarcable: contiene en torno a los cuatro millones de palabras. Su libro más conocido es El químico escéptico, una obra que pretende tratar la química como ciencia independiente (realmente como una rama de la física), aunque con la terminología alquimista del momento. Estudió infinidad de fenómenos en distintas obras: la naturaleza del color, el frío, las gemas, aguas minerales, ácidos y álcalis, hidrostática, fosforescencia, distintos fluidos humanos, etcétera. Pero sus mayores contribuciones hacen referencia a su defensa del experimento y, a partir de ella, a lo que hoy conocemos como ley de Boyle.

El estudio del aire sedujo su mente, así que puso manos a la obra con su bomba de vacío para demostrar empíricamente que el aire presenta elasticidad. A partir de finales del siglo XVI, el tema del aire se puso de moda en Europa y se organizó todo un movimiento de investigación en este sentido. Boyle consiguió acceder a los avances más punteros en el conocimiento del aire, dada su posición socioeconómica. En la segunda edición del libro dedicado al Resorte del aire presentó los datos de sus experimentos sobre la naturaleza elástica del aire, llegando a establecer la ley que lleva su nombre y que concluye que la presión y el volumen de un gas son inversamente proporcionales. En su época, la ciencia y la filosofía compartían intereses, y el estudio del aire es buen ejemplo de ello: fue un tema tratado por varias generaciones de filósofos, y fue precisamente Boyle el que dotó a dicho estudio de la seriedad científica que merece, centrando toda su investigación en el experimento. La ley de Boyle le valió a nuestro biografiado su inscripción en los libros de historia de la ciencia.

Sin embargo, la verdadera valía de Boyle y sus aportaciones se extienden a otros muchos campos. Aunque nació en Irlanda, pasaría casi toda su vida en Inglaterra Debido a su posición socioeconómica, tuvo la fortuna de no tener que trabajar nunca para poder vivir, aunque lo hizo para la ciencia hasta el agotamiento, superando muchos cuadros de fiebre y distintos problemas de salud. Su posición le permitió también la posibilidad de realizar grandes viajes, montar laboratorios, pagar a innumerables ayudantes y financiar proyectos de todo tipo. Con tan solo ocho años, fue enviado a Inglaterra para recibir la formación básica en distintas disciplinas. A los doce, realizó un viaje de unos cuatro años por Francia e Italia, donde tuvo sus primeros encuentros provechosos con la ciencia, aunque más en el plano teórico. Una vez terminado el tour, volvió a Inglaterra, su lugar de residencia habitual. Desde allí visitó los Países Bajos y regresó en una ocasión a Irlanda para poner al día las propiedades que había heredado de su padre, el conde de Cork.

Desde 1656 hasta 1668 residió en Oxford, donde realmente creó su red de conocidos: entró en el nútico Círculo de Hartlib y, de este modo, formó parte del nacimiento de la Royal Society. Fue esta una época de gran actividad científica, cuando salieron a la luz sus primeras y más importantes publicaciones. Abandonó Oxford para ir a vivir a Londres en casa de su hermana Katherine, con quien estaría unido durante toda su vida debido a sus intereses afines, tanto en el plano científico como en el religioso. Robert Boyle se rodeó de los mejores científicos de la época, y pudo aprender de todas las personas de su entorno y divulgar lo que veía. Él mismo se convirtió en promotor de jóvenes investigadores, citándolos constantemente en sus libros y artículos. Un ejemplo de ello es la promoción que hizo de su ayudante Robert Hooke, cuya imagen no se vio nunca ensombrecida por la de su maestro. Por esta forma de trabajar, y aunque son pocos los resultados de Boyle que han pasado a la historia, ha sido reconocido como uno de los personajes más influyentes de la historia de la ciencia.

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  • Introducción
    Capítulo 1 El honorable Robert Boyle
    Capítulo 2 El valor del experimento
    Capítulo 3 La ley de Boyle
    Capítulo 4 El químico escéptico
    Capítulo 5 La sangre de Boyle
    Anexo
    Lecturas recomendadas
    Índice
  • Citar Libro

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