COPÉRNICO: El Heliocentrismo. A Vueltas con la Tierra – José Luis Huertas

Descripción

Nicolás Copérnico nació en Polonia, en el último tercio del siglo xv. Un lugar y una época en plena efervescencia social, política, religiosa y científica. Era la Polonia que había conseguido afinnarse como nación tras siglos de pelea con sus vecinos, una nación en la que el catolicismo y el papado habían tenido un arraigo importante y habían significado una garantía frente a las amenazas de los países circundantes. Una Polonia que había creado en su capital, Cracovia, una institución docente superior solo comparable a las mejores universidades francesas, inglesas, italianas o españolas. Una Polonia que vivía inmersa en un proceso revolucionario cuyo campo de batalla era toda Europa. Creencias, conocimientos e ideas estaban sufriendo una transformación que concluiría con un cambio radical en la visión que el hombre había tenido de su entorno y de sí mismo. En pocos años se iban a sustituir algunos paradigmas considerados hasta entonces inamovibles en la cultura europea. En lo artístico se estaba viviendo la transición desde el oscurantismo y las convenciones de la Edad Media hasta la luminosidad del Renacimiento. En lo político, El Príncipe de Maquiavelo marcaría un antes y un después en las relaciones del gobernante con sus súbditos. En lo social, el individuo iba a demandar un protagonismo que nunca antes había tenido. En lo científico, Leonardo planteó la necesidad de abordar el estudio fiel de la realidad para que los fenómenos naturales fueran adecuadamente descritos y medidos.

Contemporáneos de Copérnico fueron Maquiavelo, Tiziano, Miguel Ángel, Leonardo, Rafael, Miguel Servet, Vesalio, Cardano, Colón, Vasco de Gama, Magallanes, Bartolomé de las Casas, Lutero, Calvino, Erasmo, Tomás Moro, Ignacio de Loyola y Paracelso, por citar solo algunos de los protagonistas de todo ese te1Temoto que afectó al pensamiento occidental, modificándolo de manera irreversible. Sin embargo, Copérnico vivió apartado de los focos de la popularidad. A primera vista, su biografía parece anodina, la de un hombre de iglesia que, tras un periodo de formación universitaria, se enclaustró en la pequeña diócesis de W arrnia, en la Prusia Oriental, al norte de su país, y se dedicó a llevar a cabo con pulcritud las tareas administrativas que la jerarquía le encomendó. Su vida transcurrió en la sombra y a la sombra de su tío materno, obispo y principe, que se hizo cargo de su educación a la muerte de su padre. Sobre Copérnico hay pocas noticias detalladas más allá de las que se refieren a su amplia labor corno gestor eclesiástico, sus datos biográficos corresponden más a un administrador que a un clérigo y, desde luego, parecen ajenos a lo que se esperaria de alguien comprometido con una obra científica de tanto alcance. El joven Nicolás se sumergió en el ambiente inquieto y creativo que se respiraba en Cracovia, adonde se trasladó para seguir estudios superiores.

La sólida formación que allí adquirió se veria complementada con largos estudios en Italia. Pero, hombre del Renacimiento al fin, estos estudios fueron muy diversos: medicina, leyes, astronomía, matemáticas e incluso astrología. Probablemente su paso por la Universidad de Cracovia, en ese momento llamada Academia de Cracovia, fue decisivo para despertar en él su fervoroso interés por la cosmología. Allí trabó conocimiento con estudiosos de gran renombre, alcanzó un alto nivel de formación en matemáticas y astronomía, y aprendió también a desarrollar una actitud idónea para enfrentarse a los problemas científicos que fue clave para su trabajo futuro. Sus dudas respecto al modelo imperante para representar nuestro universo cercano debieron de nacer en aquellas aulas. A partir de ahí fue cristalizando la solución al problema que le preocuparia durante toda su vida: explicar los movimientos planetarios y encontrar un modelo nuevo que diera cuenta satisfactoriamente de las anomalías que afectaban al anterior modelo ptolemaico, en el que la Tierra ocupaba el centro del universo. Esta concepción geocéntrica del universo hay que atribuirla a Platón, aunque fue Aristóteles quien la consolidó y Eudoxo quien la dotó de un soporte matemático. El modelo platónico se puede resumir en la existencia de una enorme esfera que rodea a nuestro planeta y forma lo que se ha dado en llamar «el cielo». Esa esfera rota diariamente y, de manera independiente, da también una vuelta de período anual.

Como explicación de la realidad, tiene sin duda la ventaja de su simplicidad y de su concordancia aparente con lo que podemos apreciar a simple vista, sin otro aparato de medida que nuestros propios sentidos. Ptolomeo, en el siglo rr, encontró una brillante solución alternativa que permitía explicar con mayor precisión los movimientos observados. En su concepción introdujo un complejo modelo de esferas combinadas. Además postuló que, si bien todos los demás astros se movían en tomo a nuestro planeta, su centro real era un punto externo a la Tierra. El Sol, la Luna y todos los planetas giraban sobre ese punto con velocidad uniforme y órbitas circulares. En realidad, el sistema ptolemaico no era geocéntrico como el de Aristóteles – la Tierra centro del universo-, sino geostático – la Tierra inmóvil y los planetas girando alrededor del ecuante-. Esta teoría no contradecía las ideas aristotélicas, sino que las complementaba como una especie de artificio geométrico que conciliaba la visión filosófica del universo con los datos experimentales. Durante los trece siglos siguientes, los cálculos astronómicos fueron perfeccionándose y dieron lugar a contradicciones que se iban resolviendo a base de complicar cada vez más el modelo ptolemaico. Sin embargo, la constatación empírica de nuevos datos y la creciente complejidad que esas modificaciones añadían iban conduciendo a un callejón sin salida La falta de precisión del sistema se traducía en inconsistencias significativas en sus predicciones.

Por ejemplo, diferencias importantes entre el tiempo predicho y el real en los eclipses y, sobre todo, el atraso del calendario, lo que más tarde daría lugar a la reforma gregoriana de 1582. Y aquí es donde intervino la mente abierta de Copérnico. Desplazó el centro hasta el Sol y enunció una concepción radicalmente novedosa, sostenida por observaciones experimentales recogidas por astrónomos de épocas y lugares muy diversos. Copérnico se hizo la típica pregunta del científico que se atreve a desdeñar los caminos trillados: ¿ Y si no fuera así? Y su respuesta fue genial. Partiendo de cero, olvidando las consideraciones filosóficas y teológicas que lastraban la verdad, reconsideró qué astro era el mejor candidato para ser el centro del sistema planetario y terminó concluyendo que era el Sol, y luego, basándose en las diferencias observadas entre las órbitas de Mercurio y Venus y las de los demás planetas, colocó a la Tierra en su posición correcta dentro de todo el conjunto, justificando que nuestro planeta se mueve sobre sí mismo.

Hoy día, los can1bios que introdujo Copérnico pueden parecernos obvios. A nadie, salvo a algunos fundamentalistas de un color u otro, se le ocurre cuestionarse actualmente el modelo heliocéntrico. Lo que quizá no pensemos es que ese es su gran valor. Hasta el extremo de que esto nos lleva sin querer a considerarlo trivial, minusvalorando el cariz revolucionario que tuvo en su momento. Ha calado tanto en el imaginario colectivo que nos parece algo «natural», que no contradice en absoluto nuestra experiencia cotidiana. Sin embargo, eso distaba mucho de ser así en los albores del siglo XVI, cuando Copérnico se planteó la necesidad de cambiar los conceptos imperantes en la astronomía. Copérnico rompió dos moldes. Uno, el de nuestra concepción del sistema solar. El otro, más sutil, el general de cómo abordar el conocimiento científico partiendo de combinar experimentación y reflexión, olvidando los preconceptos acientíficos que emanan de nuestra percepción o de ámbitos ajenos a la ciencia, como la religión o el mito. En ese sentido, revolucionó la ciencia y sus métodos de trabajo. Forzó lo que hoy conocemos como «cambio de paradigma», el abandono de una línea de pensamiento en favor de una orientación radicalmente rompedora. Sin él, la ciencia moderna habría tenido un desarrollo diferente. La «revolución copernicana» debe entenderse, pues, a dos niveles.

En lo concreto, como la sustitución de la concepción aristotélica y ptolemaica del universo por un nuevo modelo. En un sentido más general, significó la ruptura con una manera de concebir la realidad más influenciada por preconceptos que por la inferencia a partir de los datos experimentales. Copérnico actuó valientemente contra lo establecido y se atrevió a postular una visión de la realidad física que otros habían intuido, pero que ninguno se había arriesgado a desarrollar. Para comprender la magnitud y los inconvenientes de su trabajo, hay que entender el carácter del problema, que iba mucho más allá de lo meramente científico. En efecto, el modelo ptolemaico no era sino la vertiente científica de una concepción del mundo.Se trataba de una visión cosmológica enraizada incluso en los sistemas de creencias dominantes. La propia teología conectaba esta concepción a un universo en el que Dios tenía un papel central. El universo estaba formado por dos regiones, de composición y naturaleza diferentes: la Tierra y su entorno, formada por los cuatro elementos básicos y en la que el cambio era ley, y el Cielo, formado exclusivamente de éter y donde todo era perfección, inmutabilidad, la región de Dios. Hasta tal punto esto era así que, en la época en la que Copérnico estudiaba en Cracovia, se enseñaban dos sistemas distintos: los «naturalistas» explicaban el modelo de esferas homocéntricas de Aristóteles como algo «real», en cambio, los «matemáticos» enseñaban el ptolemaico como un «método de cálculo», que no necesariamente se adecuaba a lo que ocurría pero que permitía predecir el curso de los planetas. Copérnico publicó solo dos trabajos científicos a lo largo de su vida.

El primero, manuscrito, anticipaba sus ideas heliocéntricas y suscitó un gran interés en medios científicos e incluso religiosos. La nueva visión del universo cercano estaba esbozada cuando su autor se acercaba a la edad de cuarenta años. Sin embargo, el desarrollo exhaustivo de sus teorías tuvo que esperar todavía otros treinta años para que las concluyera a su plena satisfacción y alcanzaran a ver la luz en su segundo trabajo. Cabe plantearse por qué tardó tanto en dar a conocer la redacción definitiva de su obra capital, que desarmó la visión ptolemaica del universo. Aunque no existen pruebas documentales directas, es de suponer que ese paréntesis se debió a dos cuestiones que permiten comprender el carácter y la personalidad de Copérnico. Por una parte, su minuciosidad en la contrastación de sus ideas con las medidas experimentales que, a partir del trabajo de otros y del suyo propio, tenía a su disposición. La otra razón hay que buscarla probablemente en su fe y su prudencia. Consciente de dinamitar una visión del mundo soportada tanto por astrónomos clásicos, a los que admiraba y respetaba, como por su propia Iglesia, el hecho de cambiar tan radicalmente unos principios que se anclaban incluso en concepciones religiosas debió de tenerlo muy preocupado.

Se trataba de conciliar, si era posible, lo que la razón le mostraba con la doctrina de Roma. Y en este punto nos es dado especular con que, conocedor de la dureza de los mecanismos de la Inquisición -exacerbada por la inquietud frente a la Reforma luterana-, Copérnico quisiera dar a sus argumentaciones la solidez y la rotundidad precisas para no enfrentarse a aquellos con las manos desnudas. No andaba errado en lo que se refiere a los riesgos que corría. El desacuerdo entre ciencia moderna y creencias religiosas estaba servido. En cualquier caso, lo que sí parece seguro es que el sabio polaco era consciente de que su visión revolucionaría la ciencia. Quizá no hasta el punto en que de verdad lo hizo, ya que era difícil imaginar el piélago de consecuencias que el cambio de paradigma que propugnaba ha llegado a tener. Un modesto clérigo en un lugar apartado, periférico y fronterizo de Europa agitó los cimientos del conocimiento científico y abrió la puerta a la ciencia moderna Sobre las consecuencias de su obra científica en la evolución de la astronomía en particular y de la ciencia en general se ha escrito mucho. Baste con recordar que los trabajos de Galileo o de Kepler solo fueron posibles porque la teoría heliocéntrica había sido concebida, formulada y demostrada previamente. Su modelo, todavía vigente en lo esencial, sentó las bases para la moderna cosmología. Pero, sobre todo, Copérnico significó el primer gran triunfo de la verdad científica sobre las ideas preconcebidas. Representó la tenacidad del científico que, insatisfecho por la no concordancia entre los datos experimentales y las predicciones teóricas, es capaz de ir más allá incluso de sus creencias.

Ver más
  • Introducción
    Capítulo 1 Primeros años: las ideas clásicas
    Capítulo 2 La experiencia italiana
    Capítulo 3 El giro copernicano
    Capítulo 4 Un modelo que perdura pese a todo
    Lecturas recomendadas
    Índice
  • Citar Libro

Descargar COPÉRNICO: El Heliocentrismo. A Vueltas con la Tierra

Tipo de Archivo
Idioma
Descargar RAR
Descargar PDF
Páginas
Tamaño
Libro
Español
159 pag.
20 mb

Déjanos un comentario

No hay comentarios

guest
0 Comentarios
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
0
Nos encantaría conocer tu opinión, comenta.x