LAVOISIER: La Química Moderna. La Revolución Está en el Aire – Adela Muñoz Páez

Descripción

A finales del siglo XVIII, al grito de Liberté, egalité, fraternité ( «Libertad, igualdad, fraternidad»), los reyes de Francia dejaron de detentar el poder por la gracia de Dios, perdiendo literalmente la cabeza en el transcurso de la revuelta. Poco antes la materia había sufrido una transformación no menos drástica: dejó de estar formada por los cuatro elementos tradicionales -tierra, fuego, aire y agua- para pasar a estar constituida por los elementos químicos nombrados y enumerados por el ciudadano Lavoisier. Cuando Antoine Lavoisier nació en 17 43 reinaba en Francia Luis XV, que había heredado la corona, que no el esplendor, de su bisabuelo Luis XIV, el Rey Sol. Lavoisier murió pocos meses después que Luis XVI, hijo y heredero de Luis XV, de la misma forma y en el mismo lugar: ambos fueron guillotinados en la Plaza de la Revolución. Sus logros, sin embargo, fueron muy diferentes: mientras que las indecisiones del monarca y las frivolidades de la reina dieron al traste con la monarquía francesa, el trabajo y el genio de Lavoisier propiciaron la desaparición de la alquimia y el nacimiento de una nueva ciencia, la química.

Orgullosos miembros del Tercer Estado, los Lavoisier y los Punctis habían prosperado considerablemente desde sus modestos orígenes campesinos gracias al celo en su trabajo como abogados y procuradores, por lo que no imaginaban una profesión mejor para Antoine Lavoisier, heredero de ambas familias. Pero la ciencia que le enseñaron sus profesores del College Mazarin, deslumbró a Antoine hasta el extremo de que este decidiera cambiar su destino. Lacaille, Rouelle, Guettard y el resto del claustro de profesores -muchos de ellos miembros de la prestigiosa Academia de Ciencias de Francia- mimaron a ese callado y disciplinado alumno que no tenía rival en ninguna materia.

La ambición de aquel joven respecto a lo que podía hacer en la vida y lo que podía obtener de esta tampoco tenía rival: no se conformaba con menos que la gloria reservada a los grandes hombres, y estaba convencido de poder conseguirla únicamente con su esfuerzo. Fascinado por los experimentos quúnicos de Rouelle, Antoine soñó con convertir la química -que entonces era poco más que un conjunto de supersticiones heredadas de la alquimia- en una ciencia tan precisa como las matemáticas que le había enseñado Lacaille. Pero antes de seguir lo que desde el principio fue una vocación muy marcada, Lavoisier tuvo que hacerse abogado. En la Escuela de Leyes de París aprendió la importancia de las palabras y la forma de ponerlas a su servicio, lo que habría de resultarle de extraordinaria utilidad en la ciencia que desarrolló más adelante. Antoine estudiaba leyes en primavera, otoño e invierno, y durante las vacaciones de verano recorría Francia con Guettard a la búsqueda de minerales.

Pero el joven iba más allá de su maestro y no cesaba de preguntarse sobre las propiedades de esos minerales, por ejemplo, por qué el yeso de París pasaba fácilmente de ser moldeable a ser rígido. Los resultados de esas indagaciones lo llevaron por primera vez a la Academia de Ciencias. Fue el inicio de una relación indisoluble, que solo terminó con su fin casi simultáneo (la institución fue cerrada en 1793 y Lavoisier fue ejecutado al año siguiente). Poco después, Antoine se embarcó en otros proyectos de envergadura: planificar la iluminación de una gran ciudad y abastecerla de agua. En ambos casos realizó un trabajo exhaustivo y riguroso, no hubo sacrificio que dejara de hacer para que su proyecto fuera excelente: vivir a oscuras, no dormir apenas, no comer, trabajar sin descanso. El mismo rey le concedió una medalla en reconocimiento de sus desvelos. A continuación realizó la primera acción de acoso y derribo de la alquimia: se embarcó en un experimento para confinnar o descartar la transmutación del agua en tierra y viceversa. Sus conclusiones fueron inapelables: esa transmutación no ocurría. Por esa época su familia empezó a pensar que la abogacía quizá no fuera la profesión más adecuada para él.

Pero Antoine no colgó la toga hasta que no tuvo un mejor medio de vida: un puesto en la malhadada Ferme Générale, la institución encargada de recaudar los impuestos para el Estado. Allí Antoine encontró a su futuro suegro, pero también mucho trabajo, mucho dinero y, a la postre, una condena a muerte. Por la misma época tuvo lugar su triunfal ingreso en la Academia de Ciencias, institución que a partir de entonces fue adquiriendo su impronta. En uno de sus primeros experimentos como miembro de la misma –quizá el más espectacular de todos los que allí realizó- hizo desaparecer unos diamantes. Poco después, inspirado por los trabajos desarrollados por el vehemente pastor disidente inglés Joseph Priestley, llevó a cabo el experimento más célebre de la historia de la química: la formación y descomposición de la cal roja de mercurio. El producto de tal proeza fue la obtención del más famoso de los «aires», que él bautizó como «oxígeno», lo que le granjeó la ira de Priestley y de gran parte de la ciencia inglesa. «Aire común», «aire inflamable», «aire fijo» … , los ingleses eran los maestros de los «aires», los que mejor sabían atraparlos y medirlos. Siguiendo sus enseñanzas y mejorando sus aparatos, Lavoisier midió y pesó todos los «aires». El más importante, sin duda, era el «aire vital», imprescindible tanto para el fuego como para la vida. A pesar de las críticas, su nuevo nombre, «oxígeno», fue aceptado por todos.

Con su ayuda, Lavoisier desmontó la teoría del «flogisto», en la que los científicos se habían apoyado durante más de cincuenta años. Su esposa, Marie Paulze, tuvo un papel crucial como traductora de textos y como intérprete en su correspondencia con los científicos ingleses. Por esa época la pareja vivía en el Arsenal, donde Antoine llegaría a tener el laboratorio de química mejor dotado de Europa. Marie era la anfitriona perfecta, que deslumbraba a sus huéspedes tanto por su hospitalidad y elegancia como por su dominio delinglés y sus conocimientos de química. El matrimonio recorrió Francia supervisando la fabricación de la pólvora y buscando nuevas fuentes de salitre. Así, el ejército francés dejó de ser vulnerable a causa de su munición, las arcas del Estado empezaron a llenarse con la venta de una pólvora de excelente calidad y las colonias americanas derrotaron al antaño todopoderoso ejército británico que tantas humillaciones había causado a Francia.

En el período 1787-1789 Lavoisier publicó sus grandes obras. La racionalidad de la Enciclopedia Francesa requería poner orden en el marasmo de nombres de los compuestos y elementos químicos, y cuatro químicos franceses, incluyendo a Lavoisier, inventaron el sistema que aún sigue en vigor hoy en día. El Método de nomenclatura química fue editado en 1787 y dos años después, cuando tenía lugar la toma de la Bastilla, Lavoisier publicó su obra cumbre, el Tratado elemental de química, la primera obra en la que se aplicó el método científico al estudio de la química. El Tratado incluye la ley de conservación de la masa (nada se crea ni se destruye) y los símbolos que representaban las reacciones químicas de forma similar a una igualdad matemática.

En esta obra se dio además la definición de elemento químico que hoy conocemos, desterrando definitivamente la teoría de los cuatro elementos de Aristóteles, así como descripciones de los 33 elementos entonces conocidos, aunque con algunos errores garrafales, tales como incluir entre ellos la luz y el «calórico». El Tratado incluye trece láminas con preciosos grabados realizados por Marie y firmados como Paulze Lavoisier Sculpsit, que ofrecen esquemas detallados de los aparatos empleados por Antaine para realizar sus experimentos. Una vez que entendió las transformaciones de la materia y las encerró en ecuaciones, Lavoisier se dedicó a estudiar los flujos de calor. Aunque estaba equivocado al dotar de masa al «calórico», midió correctamente junto a Laplace el calor emitido por un ser vivo.

Luego Antaine midió el oxígeno consunudo y el «aire :fijo» ( dióxido de carbono) exhalado en la respiración, llegando a la conclusión de que este proceso no era más que una combustión lenta, ya que consumía oxígeno y producía «aire :fijo» y calor al igual que en la combustión. A la luz de esos descubrimientos explicó que la idea de los antiguos de «la llama de la vida» podía no ser solo una reflexión poética, sino el indicio de profundos conocirrúentos. Medir, pesar, contar … Hacían falta balanzas, gasómetros, varas de medir, pero también unidades de medida homogéneas. Metro, litro, gramo, Lavoisier dotó a Francia de un sistema universal de pesas y medidas, común para los científicos, pero también para los comerciantes, los ganaderos y los agricultores del mundo entero.

Su ambición y capacidad de reforma no tuvo límites. Al tiempo que hacía todos estos experimentos, Lavoisier reformaba la estructura de la Ferme Générale, llevaba a cabo un ambicioso proyecto agricola en su granja de Fréchines y elaboraba cientos de informes para la Academia de Ciencias. Y, además, todo lo hacía bien, desde analizar la trayectoria de los globos aerostáticos de los hermanos Montgolfier y proponer mejoras en su diseño, hasta desenmascarar charlatanes como el doctor Mesmer y su «magnetismo animal». Era un critico inflexible, pero un informe negativo sobre los trabajos de Marat sobre el fluido ígneo habria de pasarle una trágica factura años después. Si en sus investigaciones científicas Lavoisier buscaba la precisión en la medida y la exactitud en el cálculo, en sus trabajos al servicio de la nación buscaba el bien común y la protección de los débiles.

Fueron demoledores sus informes sobre las prisiones y los hospitales de Paris. Pero su proyecto más ambicioso fue su monumental informe sobre la riqueza territorial de Francia: a su extraordinaria capacidad para acumular y procesar datos, se unió su habilidad para redactarlos y presentarlos de forma amena y concisa. Sus propuestas más revolucionarias surgieron en los campos de la educación y la ciencia. La primera había de ser laica, sin discrirrúnación de sexo e incluir dos niveles, uno que llevara a la universidad, y otro que desembocara en una formación profesional, categoria esta última que nadie había propuesto antes. Estaba convencido de que ambos niveles eran la base del progreso de un país, por lo que hizo un vibrante llamarrúento a la Convención para que no se descuidase ninguno.

Mientras Lavoisier se ocupaba de esas tareas, los súbditos franceses se rebelaron primero contra los impuestos, después contra el monarca y, por último, contra las personas que habían recaudado los impuestos para el rey. Y así, el 8 de mayo de 1794, el Estado francés, ya constituido en República, ajustició al más brillante de sus conciudadanos, con la complicidad o el silencio de todos los demás, con la única excepción de Marie-Anne Pierrette Paulze, su esposa. En los casi cincuenta y dos años que . habían transcurrido desde su nacimiento, con una ambición tan grande como su curiosidad, con un compromiso con la verdad tan inflexible como su intransigencia con la superchería, el ciudadano Lavoisier sentó las bases de la química. De esta forma Lavoisier entró en la ciencia por la puerta grande e hizo entrar con él a la República que lo había decapitado.

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  • Introducción
    Capítulo 1 Un Científico Entre Abogados
    Capítulo 2 El Oxígeno Vence Al Flogisto
    Capítulo 3 Una Ciencia Nueva
    Capítulo 4 El Estadista
    Epílogo
    Anexo
  • Citar Libro

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