TESLA: La Corriente Alterna. La Electricidad Tiene un Doble Sentido – Marcos Jaén Sánchez

Descripción

El inventor de origen serbio Nikola Tesla encarna el mito trágico del campeón de la verdad que se ve obligado a enfrentarse en solitario a enemigos monstruosos, el arquetipo de héroe que se alza contra los dioses en beneficio de la humanidad, y acaba siendo aniquilado por su osadía y excluido de la memoria de su tiempo. Esta leyenda está equilibrada por el catálogo de fobias estrambóticas que también se le atribuyen. La rebeldía de Tesla es el ideal ético del investigador científico. Su luz despuntó a finales del siglo xix, durante la segunda Revolución industrial, un período dominado por los magnates de la industria y grandes banqueros que sentaron las bases del capitalismo.

El resplandor ganó intensidad a medida que la electricidad tomaba el relevo de la máquina de vapor para acabar de perfilar el mundo moderno. El proceso que llevó a la universalización de la electricidad es un ejemplo de la unión indisoluble de la ciencia y la tecnología. El estudio fundamental de la electricidad fue paralelo y estuvo necesariamente ligado al desarrollo de soluciones prácticas para generarla, almacenarla o transportarla. Tesla surgió cuando la electricidad era aún un fenómeno novedoso y mostró muy pronto una intuición asombrosa para comprenderla y explotarla. Estados Unidos, su futuro país de adopción, acababa de dirimir sus conflictos en una sangrante guerra civil cuando el joven apenas completaba su formación en Europa y pergeñaba sus primeros proyectos, inmaduros aunque ya visionarios. La suya era una figura mixta muy propia de aquellos tiempos: era, al mismo tiempo, un científico y un ingeniero.

Aunque la electricidad ya llevaba la luz a las calles de algunas ciudades, movía tranvías e iluminaba magníficas mansiones, el alcance de su verdadero potencial era todavía desconocido. Las primeras instalaciones eléctricas se realizaron utilizando corriente continua (CC), que es aquella que circula siempre en un mismo sentido y su voltaje es constante en el tiempo. Pero este sistema resultó insuficiente para alimentar grandes redes y satisfacer a una industria epidémicamente necesitada de nuevas soluciones para seguir el ritmo de crecimiento que el momento propiciaba. A pesar de las limitaciones de la corriente continua, su máximo valedor era el misnúsimo Thomas Alva Edison, que había invertido millones de dólares en instalaciones de corriente continua y estaba convencido de que sus bombillas -una evolución de la lámpara incandescente patentada por Joseph Wilson Swan en 1878- no funcionarían con otro sistema.

A pesar de ello, algunos ingenieros y empresarios del sector, como George Westinghouse, se habían percatado de las posibilidades que ofrecía la corriente alterna y trabajaban con ella, aunque los resultados todavía eran parciales, aún no se había diseñado un motor accionado por corriente alterna que fuera eficaz. En la corriente alterna (CA) el sentido y la magnitud de la corriente varían de modo cíclico, según una función periódica del tiempo. Por su propia naturaleza variable, admite con facilidad la clase de alteraciones en sus valores que exige una red eficiente de distribución de energía. En esa encrucijada, un inmigrante europeo desconocido arribó a la Tierra Prometida con unos pocos centavos y algunas ideas esbozadas en unos papeles arrugados en el bolsillo.

En Europa, aquel joven había vislumbrado, en una especie de revelación, el principio del campo magnético rotatorio, un concepto que le permitiría diseñar un motor de inducción de una gran sencillez y eficiencia. Nikola Tesla era, por tanto, el mago que dominaba la única alternativa de futuro para la explotación masiva de la electricidad: la corriente alterna. Con la ayuda de W estinghouse, desarrolló la red eléctrica tal y como se conoce hoy día, mientras el gigante Edison planteaba un combate durísimo y deshonesto, la conocida como «guerra de las corrientes». El éxito indudable de la corriente alterna convirtió a Tesla en un profeta, pero pocos conocían los sacrificios que se había visto obligado a hacer para salir adelante. Era un titán en el laboratorio pero un desastre en los negocios.

Confiaba tan ciegamente en la validez de sus intuiciones que no dudaba de que, de uno u otro modo, el futuro le proveería de todo aquello que le fuera necesario. Sin embargo – y quizá precisamente a causa de esa fe ciega- , sus erróneas decisiones empresariales y financieras lastraron gravemente su carrera. Su período de esplendor fue la última década del siglo xrx, cuando pudo aprovechar el crédito acumulado para explorar desarrollos tecnológicos basados en la nueva frontera de la ciencia, las ondas electromagnéticas, cuya existencia había probado experimentalmente Heinrich Rudolf Hertz en 1887, según la teoría de James Clerk Maxwell.

Fue una época frenética, la más productiva y fascinante de la vida de Tesla, en ella desarrolló ideas y proyectos tan adelantados para su tiempo que no siempre fueron comprendidos por sus contemporáneos, y quizá tampoco por él mismo de forma absoluta. También fue un tiempo de gran dispersión. Desoyendo los sabios consejos de algunos amigos, apuntó en tantas direcciones a la vez y a tal velocidad que a menudo no tenía tiempo de estudiar y documentar adecuadamente sus hallazgos, y mucho menos de patentarlos. En los siguientes años, aquella pasmosa acumulación de descubrimientos daría lugar a ingenios esenciales e incluso contribuiría a las ramas de la ciencia emergentes, cuyos beneficios fueron recogidos con frecuencia por otros. Aún hoy es posible remontarse hasta el trabajo de Tesla en aquellos días cuando se intenta hallar el origen de muchos principios básicos e inventos de la ciencia y la tecnología que parecen radicalmente actuales. Los experimentos de aquella década prodigiosa acabaron resultando demasiado peligrosos para llevarlos a cabo cerca de núcleos de población.

Tesla tuvo que proseguir su trabajo en su legendario retiro en Colorado Springs, al pie de las montañas Rocosas. Allí construyó una estación a medida y, durante varios meses, llevó a cabo una serie de experimentos decisivos, por primera vez detalladamente documentados. Aquel período le llevó a descubrimientos fundamentales, como el de las ondas electromagnéticas estacionarias de la Tierra. Al final había recabado la experiencia necesaria para atreverse a dar el salto más osado de su carrera, la auténtica obsesión de su vida. Diseñar un sistema mundial de transmisión inalámbrica de información y energía eléctrica fue el proyecto definitivo con que pretendía dejar pequeño su hito de la corriente alterna. Para conseguir el capital necesario, Tesla sedujo, y alguna vez engañó, a los más grandes financieros norteamericanos. Las declaraciones y artículos en que presentaba su proyecto dejan estupefacto al lector de hoy.

Describen, en el lenguaje de otro tiempo, los elementos básicos que marcan la cotidianidad de la sociedad actual, un mundo comunicativo basado en teléfonos móviles, Internet, sistemas de geolocalización, Wi-fi, Bluetooth … Es imposible reaccionar sin maravillarse cuando se leen algunas de las visionarias afirmaciones de Tesla, realizadas incluso antes del final del siglo xrx: «En el futuro, el periódico se imprimirá en las casas sin cables durante la noche». En el amanecer del siglo xx Tesla trabajaba afanosamente en hacer real ese mundo y estaba seguro de conseguirlo en cuestión de meses. Financiado por el banquero J.P. Morgan, levantó en Long Island la p1imera estación de su sistema mundial de transmisión inalámbrica, bautizada con el nombre de Wardenclyffe, cuya paradigmática torre se ha convertido en el símbolo de su creador. Aw1que Tesla había teorizado y desarrollado equipos de transmisión por radio desde 1893, Marconi sorprendió al mundo en el can1bio de siglo enviando señales sin cables a través del Atlántico. Morgan esperaba que la ambiciosa torre de su «empleado» eclipsara la hazaña del italiano.

El problema era que Tesla no había sido del todo claro acerca de su verdadero objetivo, Morgan no sabía que Wardenclyffe no sería solo una estación de comunicaciones por radio, sino también la primera central del mundo capaz de distribuir electricidad sin cables de forma eficiente, limpia y generalizada, aprovechando las propiedades de resonancia electromagnética de la Tierra. ¿Le permitirían los magnates de la industria hacer posible un mundo de comunicación e información libre y energía barata? La respuesta es evidente. Cuando Margan se retiró del proyecto, la obra se convirtió en un pozo sin fondo financiero. Tesla jan1ás se recuperó del desastre, y en el proceso perdió la carrera de la radio. Los primeros años del siglo xx le trajeron desilusiones y amargura, y multiplicaron su legendaria colección de obsesiones. Intentó rehabilitarse con los últimos destellos de su genio, que aún produjo aparatos novedosos y postulados clarividentes, pero su tiempo había pasado. Una nueva generación de científicos, los investigadores del átomo, profesores universitarios especializados, estaba sustituyendo a aquellos hombres de actividad múltiple, científicos-ingenieros-inventores-empresarios, de la era victoriana.

Tesla fue descendiendo por un abismo de decadencia financiera y profesional, y, tristemente, conducido hacia un olvido indigno. Sería suplantado en la historia de la ciencia y la tecnología por sus antagonistas, en general, personajes con menos idealismo y más visión comercial. Tal vez su gran tragedia se encontrara en lo avasallador de su talento y en el hecho de que, en un mundo eminentemente pragmático, fuera más propenso a formular conceptos generales que a presentar innovaciones concretas. La suya fue, sobre todo, una tarea de inspiración. Sus conferencias mostraron el camino a muchas mentes científicas que llevarían sus ideas a la práctica, una influencia imposible de cuantificar con precisión y de materializar en dólares contantes y sonantes.

En sus últimos días acabó asumiéndolo con resignación: él vivía para el futuro. Así, como una sombra inasible, asomaría detrás de los logros tecnológicos y científicos más relevantes a lo largo de todo el siglo xx, instalado en un espacio etéreo donde se labraba laboriosamente su epopeya a partir del material magnífico de su vida. No podía ser de otro modo, porque la arcilla del mito se palpaba a manos llenas desde el primer minuto de su existencia, durante una noche de tormenta en las montañas de Croacia, saludado por un rayo. Pocas veces, en la historia de la ciencia, la realidad y la leyenda han estado tan cerca.

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  • Introducción
    Capítulo 1 La Revelación De La Electricidad
    Capítulo 2 La Guerra De Las Corrientes
    Capítulo 3 Ondas Electromagnéticas: La Nueva Frontera
    Capítulo 4 El Sueño Inalámbrico
    Capítulo 5 Los Últimos Destellos De Genialidad
    Lecturas Recomendadas
    Índice
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